A una niña
Tú que aún eres tan pura
como el blanco lucero
que la callada noche
preside desde el cielo;
cuando mires del día
el grato albor primero
alza tu voz suave
de virginal acento
y pide por tus padres
al Hacedor Supremo:
ama a la Virgen santa
con candoroso afecto,
y siempre que una pena
sientas, niña, en tu pecho
invoca de María
el nombre dulce y tierno,
y para tí la calma
descenderá del cielo;
pues a las tiernas niñas
que con cristiano afecto
bendicen a la Madre
sagrada del Cordero,
Dios protege y escuda
desde su trono eterno
y la Virgen las guarda
bajo su manto escelso.
El Ramo de Violetas.
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